sábado, 16 de marzo de 2024

Algunas impresiones sobre ‘Imprenteros’ de Lorena Vega

Lorena Vega presenta en ‘Imprenteros’ la historia de su núcleo familiar como la historia de un destierro y de un exilio forzado: la expulsión de la imprenta familiar acometida por sus medio-hermanos por vía de un súbito cambio de cerradura, luego de la muerte de su padre común.
Digo
presenta en el sentido más específico del término: Vega está allí, sobre el escenario, narrándonos en primera persona su historia, acompañada de un operador técnico para las proyecciones de imágenes y sonidos, unos colegas actores y actrices para la representación de algunas de las escenas narradas, y la presencia de dos sus dos hermanos (uno en vivo y otro filmado) para componer con el testimonio de sus palabras y sus gestos una reconstrucción cruzada y compleja de la historia presentada.

Las impresiones:

1) la obra es
sustancialmente política en sus temas: la traición del padre, la traición de los medio-hermanos (que el padre tuvo con su segunda esposa), la madre protectora y orquestadora, los derechos de filiación, el destierro y el destino de exiliados de un espacio que es a la vez hogar (tierra natal, espacio de la infancia), taller de trabajo (sede de los medios de producción para el sustento familiar) y espacio de realización subjetiva-creativa (tradición artesanal del oficio): tópicos que modelan la infra-estructura psíquica y material de la historia humana del poder y su organización, en cualquier recorte que de esa historia se haga. Por lo demás las cenizas del padre están guardadas (capturadas) en la imprenta a la que ya no pueden entrar: la voluntad del padre de esparcir sus cenizas en el mar queda incumplida e incumplible.

Cada una de estas imágenes es un emblema que se carga de resonancias trágicas helénicas e isabelinas, no de manera evidente sino oblicua, latente, operando sin que lo notemos sobre nuestros arquetipos.
Así, por vía de una historia personal, familiar, la obra realiza una acumulación sensible de materiales específicos que sensibilizan políticamente el campo semántico de acción escénica.

(Nota aparte: se verifican en el relato los tres tipos de exilio que distingue Juan José Saer en una entrevista (Ensayos – Borradores inéditos Vol.4) : el exilio político (expulsión de la imprenta); el exilio estructural (reemplazo de los procesos artesanales por procesos industriales seriados; endeudamiento y alienación corporativa); y el exilio metafísico (imposibilidad de salvar al padre de su destino de pura materialidad, representada por el fracaso de transmutar sus cenizas en mar, devolver al padre al océano, símbolo del Ser)).

2) la obra nos comunica, sin explicaciones ni voluntarismo didáctico, sino con la eficacia in-mediata del rito compartido, el carácter humanizante del trabajo artesanal (cuando no ha sido alienado todavía por la cadena de montaje y conserva su agencia creativa): en la repetición constante, diaria, de unos gestos productivos, y en su infinita variación y modulación, en ese saber-hacer integrador, en esa inteligencia somática desplegada, que requiere, estimula y potencia las capacidades físicas, sensibles, intelectuales, imaginarias y afectivas, el trabajo teje y arraiga la historia del sujeto, y la acción laboriosa se constituye así en un espacio propio, cualificado, significante: espacio vital en el que transcurre una danza secreta, incesante, de gestos renovados en cada repetición por las vicisitudes de la vida y del deseo, por sus transformaciones. Acción laboriosa, artesanal, creativa, que se constituye, también, por qué no, en una de las formas del amor, y en un hogar.

3) la obra tiene una eficacia política específica por el lugar en el que se ubica en relación a su público y, de manera concomitante, por el lugar en el que nos ubica: la obra deja ver sus mecanismos de construcción (simples, minimalistas, económicos) sin subrayarlos, sin hacer de ese des-velamiento un gesto autorreferencial ni un falso guiño intelectual: se muestra en el acto de hacerse con la simpleza de quien nos hace pasar a su cocina y nos cuenta sus cosas mientras nos prepara un té y se hace preguntas que deja abiertas en el aire, entre la escena y la audiencia, entre la obra y sus invitados.

Nos sentimos recibidos en una genuina intimidad: intimidad de la historia que se nos cuenta, sí, y también en la intimidad de un modo de contar que nos
hace parte, de un hacer escénico que nos da lugar, el lugar activo y preeminente de quien escucha: en nuestra recepción y escucha, la del público presente, se multiplican las resonancias imaginarias, afectivas, históricas y sociales que transforman la historia personal de Lorena Vega y su familia en una historia colectiva, en un cuento de la tribu, y que hacen de su presentación ante la asamblea del público un acontecimiento político, un rito regenerativo de los lazos sociales que nos unen como argentinos.