Lorena
Vega presenta en ‘Imprenteros’ la
historia
de
su
núcleo familiar como la historia de un destierro y de un exilio
forzado: la expulsión de la imprenta familiar acometida
por sus medio-hermanos por vía de un súbito cambio de cerradura,
luego de la muerte de su padre común.
Digo
presenta
en
el sentido más específico del término: Vega está allí, sobre el
escenario, narrándonos en primera persona su historia, acompañada
de un operador técnico para las proyecciones de imágenes y sonidos,
unos colegas actores y actrices para la representación de algunas de
las escenas narradas, y la presencia de dos sus dos hermanos (uno en
vivo y otro filmado) para componer con el testimonio de sus palabras
y sus gestos una reconstrucción cruzada y compleja de la historia
presentada.
Las
impresiones:
1)
la obra es sustancialmente
política en sus temas: la traición del padre, la traición de los
medio-hermanos (que el padre tuvo con su segunda esposa), la madre
protectora y orquestadora, los derechos de filiación, el destierro y
el destino de exiliados de un espacio que es a la vez hogar (tierra
natal, espacio de la infancia), taller de trabajo (sede de los medios
de producción para el sustento familiar) y espacio de realización
subjetiva-creativa (tradición artesanal del oficio):
tópicos que modelan
la infra-estructura psíquica y material de la historia humana del
poder y su organización, en cualquier recorte que de esa historia se
haga.
Por lo demás las cenizas del padre están guardadas (capturadas) en
la imprenta a la que ya no pueden entrar: la voluntad del padre de
esparcir sus cenizas en el mar queda incumplida e incumplible.
Cada
una de estas imágenes es un emblema que se carga de resonancias
trágicas helénicas e isabelinas, no de manera evidente sino
oblicua, latente, operando sin que lo notemos sobre nuestros
arquetipos.
Así,
por vía de una historia personal, familiar, la obra realiza una
acumulación sensible de materiales específicos que sensibilizan
políticamente el campo semántico de acción escénica.
(Nota
aparte: se verifican en el relato los tres tipos de exilio que
distingue Juan José Saer en una entrevista (Ensayos – Borradores
inéditos Vol.4) : el exilio político (expulsión de la imprenta);
el exilio estructural (reemplazo de los procesos artesanales por
procesos industriales seriados; endeudamiento y alienación
corporativa); y el exilio metafísico (imposibilidad de salvar al
padre de su destino de pura materialidad, representada por el fracaso
de transmutar sus cenizas en mar, devolver al padre al océano,
símbolo del Ser)).
2)
la obra nos comunica, sin explicaciones ni voluntarismo didáctico,
sino con la eficacia in-mediata del rito compartido, el carácter
humanizante del trabajo artesanal (cuando no ha sido alienado todavía
por la cadena de montaje y conserva su agencia creativa): en la
repetición constante, diaria, de unos gestos productivos, y en su
infinita variación y modulación, en ese saber-hacer integrador, en
esa inteligencia somática desplegada, que requiere, estimula y
potencia las capacidades físicas, sensibles, intelectuales,
imaginarias y afectivas, el trabajo teje y arraiga la historia del
sujeto, y la acción laboriosa se constituye así en un espacio
propio, cualificado, significante: espacio vital en el que transcurre
una danza secreta, incesante, de gestos renovados en cada repetición
por las vicisitudes de la vida y del deseo, por sus transformaciones.
Acción laboriosa, artesanal, creativa, que se constituye, también,
por qué no, en una de las formas del amor, y en un hogar.
3)
la obra tiene una eficacia política específica por el lugar en el
que se ubica en relación a su público y, de manera concomitante,
por el lugar en el que nos ubica: la obra deja ver sus mecanismos de
construcción (simples, minimalistas, económicos) sin subrayarlos,
sin hacer de ese des-velamiento un gesto autorreferencial ni un falso
guiño intelectual: se muestra en el acto de hacerse con la simpleza
de quien nos hace pasar a su cocina y nos cuenta sus cosas mientras
nos prepara un té y se hace preguntas que deja abiertas en el aire,
entre la escena y la audiencia, entre la obra y sus invitados.
Nos
sentimos recibidos en una genuina intimidad: intimidad de la historia
que se nos cuenta, sí, y también en la intimidad de un modo de
contar que nos hace
parte,
de un hacer escénico que nos da
lugar, el
lugar activo y preeminente de quien escucha: en nuestra recepción y
escucha, la del público presente, se multiplican las resonancias
imaginarias, afectivas, históricas y sociales que transforman la
historia personal de Lorena Vega y su familia en una historia
colectiva, en un cuento de la tribu, y que hacen de su presentación
ante la asamblea del público un acontecimiento político, un rito
regenerativo de los lazos sociales que nos unen como argentinos.